Oregon State tiene su primer inició de 0-5 desde 1996. Los Beavers simplemente no parecen encontrar un camino por el cual conseguir victorias, e incluso han encontrado maneras de perder los encuentros.
La temporada comenzó con un panorama oscuro para el equipo, con cinco derrotas consecutivas que exponen de manera clara las falencias estructurales. La derrota en la Civil War ante Oregon se entiende dentro del contexto: los Ducks no solo son uno de los mejores programas de la nación, sino que además cuentan con una de las ofensivas más explosivas y completas del college football. El 41-7 en Eugene mostró una diferencia de jerarquía que, por más dolorosa que resulte para la afición, era previsible.
Sin embargo, lo que no se puede pasar por alto es la derrota frente a Houston. Allí, con todo a su favor y una ventaja de dos posesiones en la segunda mitad, el equipo dejó escapar una victoria que parecía encaminarse, terminando con un durísimo 27-24 en tiempo extra que simboliza la fragilidad competitiva de este grupo.
¿Qué está fallando en Oregon State?
En el costado ofensivo, la falta de regularidad en la posición de mariscal ha sido el denominador común. Maalik Murphy, quien llegó como transfer con experiencia en Texas y un breve paso por Duke, ha estado lejos de lo esperado. Si bien cuenta con las condiciones físicas para comandar la ofensiva, su inconsistencia en la toma de decisiones, la falta de precisión en momentos claves y las dificultades para manejar la presión han limitado seriamente la capacidad del equipo para sostener drives largos. Su irregularidad genera un efecto dominó: los receptores quedan subutilizados y el juego terrestre no recibe el apoyo suficiente para ser protagonista.
Por el lado defensivo, las estadísticas son lapidarias. Se ubican entre los últimos lugares a nivel nacional en defensa terrestre, defensa aérea, puntos permitidos y presión al mariscal rival. El equipo no consigue frenar las corridas explosivas, concede demasiadas yardas después del contacto y rara vez logra capturas o entregas de balón que puedan cambiar la dinámica del juego. Esta falta de identidad defensiva condena cualquier intento de reacción: incluso cuando la ofensiva logra anotar, la defensa no ofrece garantías para sostener resultados.
En conclusión, el arranque de temporada es una combinación peligrosa de errores ofensivos y fragilidad defensiva. Aun con algunos destellos de competitividad, el equipo no logra transformar esos momentos en victorias, y la presión empieza a crecer sobre un programa que esperaba mucho más de este nuevo ciclo.